El fútbol practicado por mujeres como un derecho: una mirada desde el trabajo, la igualdad y la justicia social
- 1 may
- 5 Min. de lectura
Por Elizabeth Oviedo
PhD en Economía, Pobreza y Desarrollo
@liz_oviedo

El fútbol, históricamente dominado por los hombres, ha sido también un campo de disputa simbólica, política y cultural para las mujeres. Lejos de ser una simple actividad recreativa, el fútbol practicado por mujeres debe entenderse como un derecho fundamental que atraviesa los ámbitos del cuerpo, la participación social, la identidad y, por supuesto, el trabajo. Esta práctica, que ha sido restringida, invisibilizada y marginalizada por siglos, forma parte de una lucha más amplia por el reconocimiento de los derechos de las mujeres y diversidades en todas las esferas de la vida pública y privada.
Partir de la comprensión del fútbol como un derecho implica reconocerlo como parte del derecho al deporte, al ocio, al tiempo libre, al esparcimiento, a una vida libre de violencias y a la participación en la vida cultural, todos ellos consagrados en diversos instrumentos internacionales de derechos humanos como el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC). Pero además, supone cuestionar las estructuras sociales y económicas que han limitado su acceso para las mujeres, así como los estereotipos de género que asignan valores distintos a los cuerpos y habilidades según su género.
Desde una perspectiva feminista, la filósofa Nancy Fraser propone el concepto de justicia como paridad participativa. Esta idea es fundamental para entender por qué la exclusión de las mujeres del fútbol o su participación en condiciones de desigualdad representa una forma de injusticia estructural. Fraser sostiene que las personas deben tener iguales posibilidades de participar como pares en la vida social, lo cual incluye las actividades deportivas. En este sentido, no se trata únicamente de permitir que las mujeres jueguen al fútbol, sino de garantizar que puedan hacerlo en condiciones equitativas de acceso, recursos, visibilidad y reconocimiento.
El derecho al fútbol también puede entenderse como una extensión del derecho al cuerpo, al goce y al placer, ideas ampliamente trabajadas por autoras como Silvia Federici, quien ha denunciado cómo el cuerpo de las mujeres ha sido históricamente disciplinado, explotado y puesto al servicio del trabajo reproductivo. En esta línea, practicar fútbol no es solo un acto deportivo sino un acto de afirmación corporal, de autonomía y de resistencia frente a los mandatos patriarcales que han excluido a las mujeres del espacio público y del juego.
En América Latina, la exclusión del fútbol practicado por mujeres ha estado marcada por un entrelazamiento de factores culturales, económicos y sociales. En países como Colombia, por ejemplo, la liga femeninas es subvalorada, los patrocinios escasos, y las condiciones laborales de las jugadoras muy precarias. Aún algunas futbolistas no cuentan con contratos formales y estables, remuneración acorde con el tiempo dedicado entre otras, pese a que dedican años de formación y entrenamiento a este deporte.
Estas condiciones nos llevan al vínculo entre el derecho al fútbol y el derecho al trabajo digno. Como bien lo plantea la economista feminista Lourdes Benería, la división sexual del trabajo ha provocado una distribución desigual de los recursos y oportunidades, relegando a las mujeres a las tareas no remuneradas o mal remuneradas. En este sentido, la falta de reconocimiento del fútbol practicado por mujeres como trabajo profesional, así como la brecha salarial y la informalidad que enfrentan muchas jugadoras, representan expresiones claras de esta desigualdad estructural.
Por su parte, la también economista feminista Diane Elson ha propuesto el análisis de las economías desde el enfoque de los "derechos de las mujeres", considerando que el desarrollo económico debe ser evaluado no solo por el crecimiento del PIB sino por su impacto en la equidad de género. Aplicado al fútbol, esto implica repensar las inversiones, la distribución de los recursos, y las políticas públicas que hoy favorecen casi exclusivamente al fútbol masculino, y comenzar a construir un sistema que reconozca el valor económico y simbólico del fútbol femenino.
No podemos olvidar que el derecho al trabajo digno, consagrado en convenios de la OIT y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, incluye dimensiones como la remuneración justa, la estabilidad laboral, la protección social, la igualdad de oportunidades y la libertad de asociación. Estos derechos deben ser garantizados también para las mujeres futbolistas, así como para entrenadoras, árbitras, periodistas deportivas, fisioterapeutas y demás profesionales que integran el ecosistema del fútbol practicado por mujeres.
Las experiencias de lucha colectiva en el fútbol practicado por mujeres han demostrado que el cambio es posible. En Argentina, por ejemplo, la profesionalización parcial del fútbol femenino impulsada en 2019 fue el resultado de una fuerte movilización de las propias jugadoras, con el respaldo de organizaciones feministas y de derechos humanos. Este tipo de avances, aunque aún insuficientes, muestran que las mujeres no solo están reclamando un lugar en el deporte, sino que están transformando sus estructuras desde adentro.
Otra mirada necesaria es la de la interseccionalidad. Las mujeres afrodescendientes, indígenas, migrantes, lesbianas, trans y con discapacidad enfrentan barreras adicionales para acceder al fútbol. La filósofa y activista Angela Davis ha señalado cómo las luchas por la justicia deben ser siempre interseccionales, es decir, deben considerar cómo se cruzan las distintas formas de opresión. Así, garantizar el derecho al fútbol como un derecho laboral y cultural debe incluir la mirada de estas mujeres y diversidades, para construir espacios verdaderamente inclusivos y emancipadores.
En este camino, la organización colectiva es clave. Asociaciones como la Asociación Nacional de Fútbol Femenino en Colombia, La Nuestra Fútbol Femenino en Argentina, Colectiva Ixchel en El Salvador o interação en Brasil así como otras redes latinoamericanas de fútbol feminista, y colectivos de jugadoras como la Asociación Nacional de Fútbol Femenino en Chile, han sido fundamentales para visibilizar las demandas, construir propuestas y generar alianzas. Estas formas de organización muestran una nueva manera de entender el fútbol: no solo como competencia o espectáculo, sino como herramienta pedagógica, política y comunitaria para la transformación social.
En conclusión, el fútbol practicado por mujeres no puede seguir siendo entendido como una actividad secundaria o recreativa. Es un derecho que conecta con el ejercicio pleno de la ciudadanía, con la igualdad de género, y con el derecho al trabajo digno. Impulsar políticas públicas, reglamentaciones laborales y acciones afirmativas que reconozcan y garanticen este derecho es una tarea urgente en la construcción de sociedades más justas, inclusivas y equitativas. Como decía la filósofa feminista Judith Butler, "la igualdad no es una meta que se alcanza y ya, es una práctica constante de transformación social". En el caso del fútbol femenino, esa práctica ya está en marcha, las mujeres, dentro y fuera de la cancha, siguen apostando por un cambio en las reglas del juego para tener un deporte más incluyente, diverso y equitativo.
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